LOS SIETE SAMURAIS Y EL DOBLE CURRICULO

Este verano me vi los Siete Samurais, no siete veces, pero igual si tres veces. Estaba preparando mi viaje para irme Noruega a trabajar y entre vacunas, PCRs, certificados de vacunación, ser española y los transbordos de avión, se me quitaban las ganas de ir. Sentía que no merecía ir. Que el hecho de que yo fuera a trabajar allí este verano era caprichoso e innecesario (aunque llevara yo sin trabajar 10 meses). Que total, mi aporte a las guías de la iglesia no era importante (aunque haya estado estudiando durante los cuatro últimos veranos la conversión de Escandinavia al Cristianismo y le haya metido caña al Noruego y al Inglés).

El caso, es que cada vez que veía los Siete Samurais, entendía que yo estoy educada en esos sentimientos, en esa manera de relacionarme con la incertidumbre y con la adversidad. Que no me siento capaz y que persisto con facilidad en mi pequeña seguridad, aunque sea miserable.  

Que no soy samurai, que soy campesino. Atemorizada y rácana, vestida de humildad y muerta de miedo.

Leyendo sobre la existencia de los dobles currículos, habiendo escuelas elitistas donde se incentiva el esfuerzo, la competencia y la audacia, y otras escuelas más humildes donde el interés se centra en la sociabilidad y la felicidad, pienso que a unos se nos educa/domestica y se nos amansa en beneficio de otros que se relacionan con el poder y la violencia de manera más legitimada. 

De la película destaco el personaje de Kikuchiyo, que se libera de su educación campesina y sin haber sido instruido como samurai, sin embargo se atreve a apropiarse de esa identidad y saca su rabia, su poder y su alegre locura.

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