¿QUÉ ES para mi EDUCAR?

El significado de la palabra educación es conducir o guiar. Es mostrar el camino. ¿Para llegar a dónde?

Yo, filósofa, digo que el camino es para llegar a uno mismo. Y que para eso no hay que correr y que todo sirve. Que perderse es muy útil. Que encontrarse es haber desaprendido. Y que aquí, una se educa más bien solita.

Pero vale. La pregunta sobre la educación es otra. Esa esa educación que sirve para andar los camino marcados, la educación que te provee de las herramientas para desenvolverte en la sociedad en la que has nacido.  Esa educación ¿qué es?

Recuerdo de la guardería el chándal verde, mi cojín a rayas y a Diego. Fui a un colegio público de ladrillo rojo donde tuve una mejor amiga que se llamaba como yo. Un día gané una estrella verde para pegar en el lomo de mi carpesano por no
decir ni “mu” en toda la mañana. Allí jugué a nadar en la playa, a cadeneta y a la goma. Conté un cuento a mis compañeros de mesa que no pude acabar porque la profe se puso a hablar. Tuve un club secreto, pero no me acuerdo de la contraseña. Ayudé a montar una obra de teatro que yo había leído. Iba a clases extraescolares de barro con Diego, de guitarra y de gimnasia rítmica. Hice las pruebas para entrar en el equipo regional pero no me cogieron porque saltaba poco. Así que me apunté a baloncesto. Jugué durante cinco años. Con el baloncesto cambié y conocí a mis primeros amigos. También estaba Diego. Luego fui a un instituto público de
ladrillo rojo. Dudé hasta el final entre ciencias o letras. Elegí letras. Diego empezó ciencias y luego se cambió a letras. Me apunté a teatro. Un día una profesora me preguntó si yo estaba bien porque suspendía los exámenes de conjugación al confundir el plural y el singular. Yo me pregunté a mi misma cómo estaba y aunque no supe responderme, sentí gratitud hacia la profesora. En el instituto me perdí y llegué perdida a una carrera. Así que cambié a otra para ver si me encontraba (allí estaba Diego que luego se perdió). Pero donde yo me encontraba era en las clases de teatro.

El relato de mi paso por la educación reglada es interesante por el vacío que deja. La educación reglada es todo aquello que no cuento como experiencia de vida. La memoria es selectiva y una no puede acordarse de todo, por lo que hay que darle valor a lo que queda. Aprendí a leer en los edificios de ladrillo rojo, sin embargo, la primera vez que leí algo fue un poema en casa de mi abuela (“​La niña se está peinando asomada en su balcón...” ). ¿Dónde estaba yo cuando estaba en clase sentada delante del libro de lectura? ¿Cómo sucede que una aprende? ¿Qué se aprende?


Para mi, aprender ha tenido algo de espontáneo. Pienso que tal vez mi atención no estaba en el libro de lectura como tal, que este se convertía en otra cosa. Tal vez, con el libro delante jugaba a que leía, pero no leía. Aprendí a leer jugando, pero pensando que lo que hacía era solamente aprender. Como si jugar y aprender fueran cosas diferentes. Es imposible no jugar por mucho que te sienten en una silla. Creo que no se aprende más cuando te imponen el modo de jugar. Y que no se juega menos por estar sentada. Sin embargo, si creo que se pierde memoria. En general, diría que me acuerdo de momentos en los que aprendí algo. Por eso, hay pocos momentos en mi memoria en los que yo estoy sentada en un pupitre, y eso que pasé muchas horas.
 

La espontaneidad, sin embargo, puede dejar otro vacío. La consciencia de aprender, la voluntad de conocer o crear es un proceso de encuentro con una misma. El modo en que me aproximo a un tema con el interés despierto y lo rápido que se puede agotar si no dispongo de herramientas creativas para abordarlo o si lo siento tan grande que lo abandono sin apenas empezar, dice sobre mi en muchos otros aspectos de la vida. Recuerdo que en un campamento al que fui con 9 o 10 años por la zona del Bierzo en León, hicimos una ruta caminando durante tres días. Pasamos por bosques, minas abandonadas,vertederos... Cada cual llevaba un cuaderno de campo para escribir, dibujar o recoger hojas. Me hacía mucha ilusión el cuaderno. Pero no escribí. La ilusión, mi expectativa, era más grande que yo. Llegamos a un pueblo y nos dividieron en grupos de investigación. Teníamos que hablar con la gente para que nos contasen cosas acerca del molino o del telar o de los hórreos. Yo elegí los hórreos. Caminamos y preguntamos, recopilamos la información y luego la resumimos para contársela al resto de compañeros. Nuestra presentación fue breve y concisa: qué es un hórreo, para qué sirve, cuáles son sus partes, cuántos hay y cuál es el más antiguo. Cuando les tocó el turno al grupo del telar, entendí lo bello que puede ser investigar. Con la información que habían recopilado montaron una pequeña representación. Tengo grabada en mi memoria la imagen de una de las niñas accionando con un trozo de tela viejo encontrado en el telar, como si fuera una de aquellas mujeres que allí trabajaban. Tal vez no es en si importante que yo no escribiera en el cuaderno, ni que no elaborásemos nada con lo que aprendimos de los hórreos. Para mi lo importante son las limitaciones que yo misma me imponía. Una por exceso y otra por defecto. No sé bien cómo el grupo del telar llegó a la idea de representar lo que habíanaprendido. Tal vez la monitora responsable de su grupo les propuso la idea. Lo que creo es que, si yo hubiera estado en ese grupo, hubiera tenido que encontrarme conmigo igualmente, por exceso o por defecto. Algo importante en mi aprender es averiguar quién soy. El cuaderno, el hórreo y la niña de la tela son los espejos con los que me encontré en aquella excursión. Han seguido presentándose en mi vida en diversas ocasiones, bajo formas diferentes. He resuelto el encuentro cada vez, algunas veces de manera muy satisfactoria. Otras no tanto. Con ellos me voy re-conociendo y multiplicando.


Imaginar de las personas el niño o la niña que eran, es para mi un ejercicio de reconciliación. Me ayuda a relajar mis prejuicios y tratar a las personas con atención a su fragilidad. La infancia es, sin embargo, el periodo en el que más a prueba se pone nuestra fortaleza. He visto un montón de veces que, cuando volvemos la vista hacia atrás para ver al niño o niña que fuimos, los ojos se nos empañan un poquito con las lágrimas. Pienso que ​ ese poso de tristeza que se nos queda es el sedimento de los momentos en que todo sucede tan rápido que parece que la voz no alcanza a salir del cuerpo. No es casualidad que en la etimología, infancia signifique el periodo de la vida en que no hablamos. No porque no sepamos, sino porque no se nos da voz para mostrarnos y significarnos. Por eso se pone a prueba nuestra fortaleza, porque nos sostenemos sin ser escuchados. Y así crecemos. 

Generar espacios y tiempos en los que las personas puedan mostrarse y significarse, sienta las bases para crecer conociendo la propia voz (impulso, deseo), que es un anclaje para la memoria.

Educar es acompañar y proveer de experiencias una y otra vez para encontrar el camino hacia una misma.




Comentarios

  1. Que palabras tan acertadas, tan bonitas y tan sinceras. Me parece que has hecho una reflexión muy profunda de lo que es para ti educar. Y eso es algo que todos los docentes deberíamos pararnos a pensar alguna vez en la vida, especialmente antes de iniciar la docencia.

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